TAZ_ElPequenoQuijote

21 lla hambruna de letras e historias. Aquel veci- no era un ermitaño, conocido por todos como el Patinetas, porque le “patinaba el coco”. Vivía en una casa vieja, con las cortinas cerradas. Ha- bría parecido abandonada si es que el hombre no hubiese salido cada mañana, muy temprano, a comprar, siempre, llueva o truene, su periódi- co habitual y su pan con tamal. Y en todas esas ocasiones, se le veía con un libro bajo el brazo. Fue a él a quien recurrió la madre del mucha- cho para pedirle un libro, luego otro, luego uno más. Y el viejo, con cara de pocos amigos, pero entendiendo de qué iba la enfermedad de ese pobre chico, al que imaginaba con el cuello in- flamado como iguana, accedió a darle todos los libros que pedía a la acongojada señora. Poco antes de volver a clases, pasadas ya unas cuantas semanas, el joven Alfonso solo hablaba de aquellos libros que le había conse- guido su madre, prestados por el viejo Patine- tas. Eran historias de caballeros, de duendes, magos, orcos y otros bichos a los que había que o destruir, o proteger. Su madre, algo preocupa- da, le dijo: —Lo que quieras, mijito, pero no vayas a ha- cerle daño a nadie.

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