TAZ_ElPequenoQuijote

20 nadie se percató de su ausencia, pero el Flaco Vargas, dueño de la lista, se lo mencionó a la profesora Orfilia y ella hizo sus averiguacio- nes. “Paperas”, sentenció mirando a la recep- cionista con el teléfono en la mano, repitiendo la trágica respuesta que en la casa del enfermo ya sabían. El rumor corrió desde la secretaría como un reguero de pólvora y llegó raudo a nuestro salón. —Alfonso tiene paperas —dijeron. —¿Vende papas? —preguntó un despistado. —No, paperas, eso que te hincha el cuello; a mi hermanito le dio. —Al mío también. —Pobre. Seguro debe tener la cara como la de un sapo. Lo cierto es que todos esos días de recupera- ción el joven Alfonso los pasó en un estado casi hipnótico, leyendo libro tras libro hasta agotar todos los de su pequeña biblioteca. Lo raro era que por las noches la fiebre le subía y en el de- lirio pedía más libros, algo con qué distraerse. A la mañana siguiente, ya más calmado y con la fiebre controlada, acompañaba su abu- rrida convalecencia con libros que su madre había pedido a un vecino para apaciguar aque-

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