Lectora de sueños
19 —Bueeeeno… —tardó la niña en contestar, pero finalmente le contó toda la aventura. Su madre se mordió la lengua para que no saliera de su boca un “te lo dije”, que en esos momentos no ayudaría en nada. Pero no podía negar que se esperaba algo así. Quizá la escritora solo estaba jugando con la niña porque no quería decirle su verdadero “método” (¿cómo se le ocurría que una artista de esa cate- goría podría compartir sus técnicas con cualquier muchachita?), o quizá —peor aún— realmente esta- ba chiflada y se creía el cuento de los objetos con- tándole historias. En todo caso, recordaba cómo, de joven, el “te lo dije” de su propia madre la molesta- ba. Por más razón que tuviese, ¿qué necesidad ha- bía de hacer sentir mal a alguien que ya se sentía tonta sin más ayuda? Por eso solo atinó a decir: —Por lo menos trata, no pierdes nada. A la hora del almuerzo, cuando su padre le pre- guntó por el paseo, su madre supo desviar muy bien la conversación y Chloé le agradeció en silen- cio por no tener que explicar una vez más el extra- ño consejo que recibiera de su escritora favorita. A la mañana siguiente, decidió que, sin embar- go, trataría de seguir la “técnica” de A. O. Su madre tenía razón, no perdería nada. Miró todos los obje- tos con cuidado. Acarició el muestrario de alfom- bras y le gustó la textura de la primera. Empezó a pasar cada una de las muestras hasta llegar a una de pelo muy corto y de color gris. De alguna mane- ra le hacía pensar en un ratón y le dio asco. A pesar
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